El Papa: Aprendamos de Jesús el grito de la esperanza que no se resigna
Vatican News
Desafiando las difíciles condiciones meteorológicas, con la fuerte lluvia que cayó sobre la capital romana durante la noche y toda la mañana de este segundo miércoles de septiembre, 35 000 peregrinos y fieles se congregaron en la plaza de San Pedro y siguieron con entusiasmo la audiencia general semanal del Papa.
“¡Buenos días y gracias por su presencia! Es un hermoso testimonio», dijo León XIV a los 35 000 peregrinos y fieles congregados en la plaza de San Pedro, antes de continuar su ciclo de catequesis sobre «Jesucristo, nuestra esperanza», deteniéndose, este 10 de septiembre, en los últimos momentos de Jesús en la cruz, narrados en el Evangelio de Marcos. En la cruz, explicó el Pontífice, «Jesús no muere en silencio. No se apaga lentamente, como una luz que se consume, sino que deja la vida con un grito».
«Jesús, dando un fuerte grito, expiró». Ese grito encierra todo: dolor, abandono, fe, ofrenda. No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la última señal de una vida que se entrega.
El grito de Jesús no es desesperación sino sinceridad
El grito de Jesús – recuerda el Papa – va precedido por una pregunta, una de las más lacerantes que se pueden pronunciar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el primer versículo del Salmo 22, pero en los labios de Jesús adquiere un peso único.
El Hijo, que siempre ha vivido en íntima comunión con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No se trata de una crisis de fe, sino de la última etapa de un amor que se entrega hasta el fondo. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla.
Un Dios cercano que atraviesa nuestro dolor
En ese momento, el cielo se oscurece y el velo del templo se rasga, es como si la creación participara de ese dolor y al mismo tiempo revelara algo nuevo, afirma el Pontífice, precisando:
Dios ya no habita detrás de un velo, su rostro es ahora plenamente visible en el Crucifijo. Es allí, en aquel hombre desgarrado, donde se manifiesta el amor más grande. Es allí donde podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que atraviesa hasta el fondo nuestro dolor.
Un profundo acto de humanidad
«El centurión, un pagano, lo entiende», observa el Santo Padre y no porque haya escuchado un discurso, sino porque vio morir a Jesús en ese modo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39).
Es la primera profesión de fe después de la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no se dispersó en el viento, sino que tocó un corazón. A veces, lo que no somos capaces de decir con palabras lo expresamos con la voz. Cuando el corazón está lleno grita. Y esto no siempre es una señal de debilidad, puede ser un profundo acto de humanidad.
La esperanza que no se resigna
El Papa observa a continuación que el Evangelio confiere a nuestro grito un valor inmenso, recordándonos que puede ser una invocación, una protesta, un deseo, una entrega. “Es más, puede ser la forma extrema de la oración, cuando ya no nos quedan palabras en ese grito, Jesús puso todo lo que le quedaba: todo su amor, toda su esperanza”.
En este grito – señala – «hay una esperanza que no se resigna. Se grita cuando se cree que alguien todavía puede escuchar. Se grita no por desesperación, sino por deseo. Jesús no gritó contra el Padre, sino hacia Él».
Incluso en el silencio, estaba convencido de que el Padre estaba allí. Y así nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido. Gritar se convierte entonces en un gesto espiritual.
No tener miedo, Dios nos escucha
El Papa León afirma además que «se grita cuando se sufre, pero también cuando se ama, se llama, se invoca” y es una forma para que estamos, que no queremos apagarnos en silencio, que tenemos todavía algo que ofrecer» porque en el viaje de la vida, «hay momentos en los que guardar todo dentro puede consumirnos lentamente».
Jesús nos enseña a no tener miedo del grito, mientras sea sincero, humilde, orientado al Padre. Un grito no es nunca inútil si nace del amor. Y nunca es ignorado si se entrega a Dios. Es una vía para no ceder al cinismo, para continuar creyendo que otro mundo es posible.
Una fuente de esperanza
Antes de concluir su reflexión, la invitación del Santo Padre a aprender de Jesús:
Aprendamos el grito de la esperanza cuando llega la hora de la prueba extrema. No para herir, sino para encomendarnos. No para gritar contra alguien, sino para abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, podrá ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento. Como para Jesús: cuando todo parece acabado, en realidad, la salvación estaba a punto de iniciar. Si se manifiesta con la confianza y la libertad de los hijos de Dios, la voz sufriente de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, se puede convertir en fuente de esperanza para nosotros y para quien está a nuestro lado.
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