La indulgencia jubilar en la pastoral
Enrique Ciro Bianchi*
Cada Jubileo es una fecunda ocasión para redescubrir el don de Dios y la necesidad de conversión interior. Se trata de un año para dejarnos envolver por la fuerza transformadora de la misericordia de un Padre que siempre nos espera. Para ello la Iglesia ofrece una serie de dones, entre ellos la indulgencia jubilar. Sin embargo, debemos reconocer que hablar de las indulgencias en la pastoral cotidiana entraña un desafío. Por lo general, no es mucho lo que se sabe de ellas, y este desconocimiento confluye con un halo conflictivo debido –en parte– a su historia algo traumática. Muchas veces fue presentada en un marco jurídico y comercial que terminaba vaciando su contenido originario y abonaba la confusión de pensar que la gracia era ofrecida como acto de justicia por la obra realizada, o –en el peor de los casos– que se trataba de un ejercicio de simonía. Cuentan los historiadores que en la Alemania de Lutero había un famoso predicador con pocas luces teológicas pero con mucho instinto comercial que vendía indulgencias con frases como: “tan pronto como la moneda suena en el cofre, el alma salta del purgatorio”.
El papa Francisco, en la bula Spes non confundit con la que convoca al Jubileo de este año, vuelve a proponer el don de la indulgencia evitando cuidadosamente usar términos como lucrar o ganar que podrían remitir a una lógica comercial o jurídica. Recuerda que la palabra indulgencia también significa misericordia y afirma que lo que pretende expresar es la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites. El marco en el que debe ser comprendida –y predicada– la indulgencia jubilar es el desborde de misericordia del corazón divino, que desea ardientemente que lleguemos a la felicidad plena del encuentro definitivo con Él y que busca todo tipo de caminos para que lo logremos.
Sabemos que Dios perdona nuestros pecados con el sacramento de la penitencia y que por esa reconciliación sacramental ya no somos culpables ante Dios. “En ella permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo” (Spes non confundit, 23). Sin embargo, también sabemos por experiencia personal, que el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores. Esos efectos residuales del pecado necesitan ser purificados, sea aquí en la tierra o después de la muerte.
La Iglesia entiende que, dentro del tesoro de gracias que Cristo le encomendó para que administre con largueza está la indulgencia, que hace más pleno el despliegue de la misericordia de Dios sobre el mundo. Por ella se remueve la huella del pecado, se hace esa purificación necesaria y la reconciliación con Dios se hace más plena. Por el misterio de la comunión de los santos, podemos pedir la indulgencia tanto para nosotros como para alguien que ya ha dejado este mundo. Rezar por nuestros seres queridos que se nos han adelantado es un bello testimonio de solidaridad, de amor, de ayuda que va más allá de las barreras de la muerte. Ellos están peregrinando hacia una plenitud siempre mayor y siguen teniendo necesidad de nuestro amor. Pedir la indulgencia por ellos es un hermoso modo de caminar juntos.
Aplicación pastoral
La bula de convocación del Jubileo, luego de la breve y muy rica presentación que hace de la indulgencia jubilar, remite a las disposiciones de la Penitenciaría Apostólica para recibirla. Estas se encuentran en un documento emitido el 13 de mayo de 2024 que presenta las condiciones y los actos que deben confluir para recibir este don. Su lectura debe hacerse con un esfuerzo vigilante por no caer en una casuística juridicista y a la luz del deseo desbordante de Dios de derramar su misericordia en la historia. Creemos que un abordaje de este tipo de ambos documentos habilita un diálogo pastoral como el siguiente:
“¿Quieres recibir la indulgencia jubilar?¡Deséala! ¡Con todo tu corazón! Pídele a Jesús que te envuelva en la dinámica de su misericordia y te de la gracia de transformar tu corazón a imagen del suyo. Con un deseo profundo y sincero está recorrido gran parte del camino. Junto con eso haz cosas que te ponen en esa sintonía y demuestran que tu deseo es sincero: una buena confesión, comulgar y rezar por las intenciones del Papa. Además, haz un acto que te mueva. Las opciones son muchas. Por ejemplo: ir a rezar a un templo jubilar, peregrinar a Cristo en el que sufre haciendo alguna obra de misericordia, dar dinero a los pobres, realizar obras con espíritu penitencial, participar en misiones populares, ejercicios espirituales, jornadas de formación, o hasta en alguna obra de voluntariado comunitario. Y no olvides nunca, al pensar en las indulgencias, que son un camino para recibir en nuestras vidas la misericordia de Dios en una forma más plena”.
* Sacerdote, profesor de teología pastoral en la Facultad de Teología de Buenos Aires
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