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Un momento previo a la vigilia de oración con el Papa León XIV el sábado 2 de agosto en Tor Vergata, Roma. Un momento previo a la vigilia de oración con el Papa León XIV el sábado 2 de agosto en Tor Vergata, Roma.
Editorial

Tor Vergata como Emaús: del atardecer al alba, la amistad transforma

El director de L’Osservatore Romano, Andrea Monda, reflexiona sobre los momentos que marcaron el cierre del Jubileo de los Jóvenes: una multitud inmensa que fue “a ver un rostro y así dejarse alcanzar por un amor”. No para “hacer” algo, sino para estar.

Andrea Monda

Más de un millón de chicos y chicas llenaron la explanada de Tor Vergata para compartir con el Papa León XIV toda la vigilia del Jubileo de los Jóvenes y participar el domingo por la mañana en la misa celebrada por el Pontífice. Viene a la mente la pregunta, seca y directa, que Jesús hace en el Evangelio de Mateo cuando, refiriéndose a Juan el Bautista y sus discípulos, dice: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver entonces?” (Mt 11,7).

Los jóvenes han respondido de muchas maneras, por ejemplo, llenando con su energía festiva las calles, las plazas, los lugares públicos y los transportes de la Ciudad Eterna, una alegría y un “alboroto” —como dirían Juan Pablo II y Francisco— que quedará por mucho tiempo en la memoria de los romanos. Y respondieron también ahí, durante la vigilia, haciendo preguntas. De algún modo, devolvieron la pregunta de Jesús a su Vicario, planteándole sus propias preguntas, preguntas de sentido. Y el Papa respondió, los abrazó y los acompañó, no los dejó solos. Les recordó aquello que tanto repetía Benedicto XVI: quien cree nunca está solo.


La religión es, ante todo, relación. Ese fue uno de los temas centrales del diálogo durante la vigilia del sábado por la noche, una conversación al atardecer, como la de aquella tarde en Emaús, cuando el día ya declinaba. Desde ese punto de vista, el “comentario” más eficaz a este momento tan intenso de vida eclesial en las afueras de Roma está encerrado en los versos del poema Emaús, de David Maria Turoldo:

Mientras el sol ya declina,
sigues siendo el caminante que explica
las Escrituras y nos da alivio
con el pan partido en silencio.
Ilumina aún corazón y mente
para que siempre vean tu rostro
y comprendan cómo tu amor
nos alcanza y nos lanza mar adentro.

Tor Vergata como Emaús. Del atardecer al amanecer, de la oscuridad que cae a una nueva luz llena de esperanza. El Papa León lo subrayó también en la homilía de la misa del domingo por la mañana, remarcando el paso en el alma de los dos discípulos, del miedo y la desilusión a la alegría por la sorpresa de un encuentro inesperado, impensable: un encuentro cara a cara. Esa multitud inmensa de jóvenes fue a Tor Vergata a ver un rostro. Y así, ser alcanzada por un amor.

No para “hacer” algo, sino para estar. No hacer. Estar, incluso en silencio. No hablar. Quizás cantar. Estar en silencio y cantar, juntos. No solos. Habitar las relaciones como protagonistas, reconociendo que todo es relación.


El Papa León lo dijo con claridad al responder las preguntas que los jóvenes le hicieron:

«...todos los hombres y mujeres del mundo nacen hijos de alguien. Nuestra vida comienza gracias a un vínculo y es a través de los vínculos que crecemos. [...] Al buscar apasionadamente la verdad, no solo recibimos una cultura, sino que la transformamos mediante nuestras elecciones de vida. La verdad, de hecho, es un vínculo que une las palabras con las cosas, los nombres con los rostros. La mentira, en cambio, separa estos aspectos, generando confusión y malentendidos».

También la verdad, entonces, es un vínculo, una relación, que hoy atraviesa una profunda crisis en esta época de nihilismo (del latín nihil, o sea, ne-hilum: ningún hilo, ningún lazo). Verdad que nunca puede separarse del amor, que es la relación por excelencia. Cuando una persona dice que “tiene una relación”, está diciendo que ama a alguien.

Una vez más, cuando se trata de amor, no se trata de hacer algo, sino de estar, estar con alguien. No hay nada más bello —y los jóvenes lo saben mejor que nadie— que estar con: con quien amas, con tus amigos.

Cuando se está juntos, el tiempo desaparece, sus cadenas se rompen, el kronos se transforma en kairós, un tiempo lleno de promesa y sentido, de alegría completa, y el significado vuelve a ocupar el terreno perdido por tanto hacer y tener que hacer que llena la vida cotidiana.


La experiencia gratuita de estar juntos es ya un anticipo del paraíso. Por eso León, citando a su querido Agustín, centró sus palabras en el tema de la amistad, esa dimensión que es el corazón de la existencia juvenil, y les recordó que el gran santo africano:

«También él atravesó una juventud turbulenta: pero no se conformó, no acalló el grito de su corazón. Buscaba la verdad que no engaña, la belleza que no pasa. ¿Cómo la encontró? ¿Cómo encontró una amistad sincera, un amor capaz de dar esperanza? Encontrando a quien ya lo estaba buscando: Jesucristo. ¿Cómo construyó su futuro? Siguiéndolo a Él, su amigo de siempre».

Y concluyó con estas palabras llenas de esperanza:

«La amistad puede verdaderamente cambiar el mundo. La amistad es un camino hacia la paz».

Ese es el amor que alcanza y empuja más allá.

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04 agosto 2025, 15:30