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Fieles de la parroquia Sagrada Familia en Gaza asisten a los funerales de las ±¹¨ª³¦³Ù¾±³¾²¹²õ del ataque israel¨ª. Fieles de la parroquia Sagrada Familia en Gaza asisten a los funerales de las ±¹¨ª³¦³Ù¾±³¾²¹²õ del ataque israel¨ª.  (AFP or licensors) Editorial

Un pueblo bajo las bombas y la globalizaci¨®n de la indiferencia

El ataque a la iglesia de Gaza y la absurda escalada b¨¦lica

Andrea Tornielli

Las imágenes de la explosión son elocuentes: un disparo de un tanque del ejército israelí ha alcanzado de lleno la iglesia de la Sagrada Familia, parroquia católica de Gaza. En ese recinto, dos iglesias y una escuela, viven refugiadas desde hace casi dos años quinientas personas, familias que han perdido su hogar. Tres personas han perdido la vida. Otras diez han resultado heridas. Una de ellas, Suhail, colabora con L'Osservatore Romano con una pequeña columna: «Os escribo desde Gaza».  La de hace unos días, el 8 de julio, se titulaba «El amor es más fuerte que la guerra» y concluía así: «Recemos para que no solo Gaza, sino todo el mundo pueda vivir algún día en paz, a través del perdón mutuo y la reconciliación. Un día en el que no haya más guerras, porque el amor es más fuerte que la guerra».

Las autoridades israelíes se disculparon afirmando que se trataba de un error, que Israel respeta los lugares de culto y que se llevará a cabo una investigación sobre el caso. Son afirmaciones que ciertamente no pueden tranquilizar, no solo porque las desmienten las elocuentes imágenes de las mezquitas arrasadas y las iglesias atacadas ¡ªel ataque contra la iglesia ortodoxa de San Porfirio costó la vida a decenas de personas ¡ª, sino también porque desde hace año y medio se siguen esperando los resultados de la investigación sobre el asesinato de dos mujeres cristianas tiroteadas por un francotirador en la parroquia de Gaza.

A este respecto, son especialmente significativas las palabras pronunciadas por el embajador israelí en Italia, Jonathan Peled, quien dijo: «No tenemos ninguna intención de poner en peligro las instituciones civiles. Pero los terroristas están en todas partes, incluso en edificios públicos como escuelas y, lamentablemente, lugares de culto». Estas afirmaciones llaman la atención porque, en cierto modo, proporcionan el contexto de lo que se ha definido como un «error». Quinientas personas indefensas, muchas de las cuales se reúnen a diario para rezar el rosario, se han convertido, a su pesar, en un objetivo colateral porque, como dice el embajador Peled, «a veces estas son las consecuencias de la guerra».

Como bien saben los lectores y oyentes de los medios de comunicación vaticanos, no hemos esperado a que murieran cristianos para hablar de las matanzas diarias en Gaza, donde cada semana mueren decenas de niños, mujeres y hombres inocentes, víctimas colaterales de los ataques o de los golpes de quienes deberían garantizar la distribución segura de alimentos. No nos ocupamos de las víctimas de Gaza ahora porque son cristianas o porque ha sido gravemente herido Suhail, un joven colaborador de L'Osservatore Romano que contaba cómo se vive la experiencia cristiana en el drama de la guerra: todas las víctimas inocentes claman venganza ante Dios, toda vida es sagrada y los cristianos de la Franja, de todas las confesiones, comparten en todo el destino de su pueblo, el martirizado pueblo palestino. La masacre inhumana contra Israel perpetrada por los terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023 fue condenada por la Santa Sede con palabras inequívocas, pidiendo la liberación de todos los rehenes y reconociendo el derecho de Israel a defenderse. Pero esa masacre inhumana, que ha causado daños a tantos civiles inocentes, no puede justificar sesenta mil muertos y ciudades arrasadas. No puede justificar el silencio y la inutilidad de tantos que fingen no ver.

Por eso nunca nos cansaremos de denunciar lo absurdo de esta guerra, repitiendo las palabras que León XIV dirigió a la Reunión de Obras de Ayuda a las Iglesias Orientales, el pasado 26 de junio: «Todos nosotros, la humanidad, estamos llamados a evaluar las causas de estos conflictos, a verificar las verdaderas y tratar de superarlas, y a rechazar las falsas, fruto de simulaciones emocionales y retórica, desenmascarándolas con decisión. La gente no puede morir a causa de noticias falsas». Estamos llamados a superar esa globalización de la indiferencia por etapas, que nos hace indignarnos con razón por algunas víctimas y pasar por alto otras. Estamos llamados a mirar con realismo la situación en Oriente Medio y la absurda escalada bélica con la continua apertura de nuevos frentes, como si la supervivencia de los líderes en el poder, tanto en las organizaciones terroristas como en los Estados, dependiera de la perpetuación infinita de las guerras en lugar de la paz. Es hora de que la comunidad internacional recupere por fin el valor de intervenir con todos los instrumentos que el derecho pone a su disposición: para silenciar las armas, poner fin a las matanzas y acabar con los juegos de poder cuyo precio lo pagan miles de víctimas inocentes.

 

 

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18 julio 2025, 15:00