Que se amen los unos a los otros
Héctor López Alvarado*
Hemos llegado ya al quinto domingo del tiempo pascual, y seguimos celebrando con alegría y esperanza la certeza que da sentido a nuestra fe: ¡Cristo ha resucitado! Esta proclamación no es solo una consigna litúrgica, sino una convicción profunda que nos llena de vida, nos impulsa a caminar con ánimo renovado como verdaderos peregrinos de esperanza. En este Año Jubilar que la Iglesia vive con gratitud, dejamos que la luz del Resucitado ilumine nuestras oscuridades y nos anime a seguir adelante con confianza.
Hoy, de manera especial, nos unimos también en gozo por el inicio solemne del ministerio petrino del Papa León XIV. Su elección es un signo providente que alienta nuestro caminar y renueva nuestra esperanza en una Iglesia que sigue siendo signo e instrumento del amor de Dios en medio del mundo.
Clave de lectura (Juan 13, 31-33a.34-35)
El evangelio de este domingo (Juan 13, 31-33a.34-35) nos traslada al corazón del Evangelio de san Juan: el Cenáculo. Allí, dónde Jesús se reúne con sus discípulos para celebrar la Última Cena y, con gran profundidad, comienza a preparar sus corazones para su inminente pasión. El capítulo 13 marca el inicio de los discursos de despedida, donde él nos entrega lo más íntimo de su mensaje.
En ese contexto dramático, tras la salida de Judas –quien elige alejarse del amor–, Jesús pronuncia palabras de consuelo y esperanza, y les confía a los suyos un encargo que resume todo su Evangelio: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Este amor, vivido al estilo de Jesús, será el signo más elocuente de que somos sus discípulos.
Veamos nuestra realidad
Este mandamiento no es algo del pasado. Jesús lo pronuncia también hoy, en medio de nuestra historia marcada por luces y sombras. Vivimos un tiempo de profundos cambios, de tensiones sociales y de conflictos que hieren el corazón humano. La globalización nos acerca, pero no siempre nos hermana. Las redes sociales han multiplicado las posibilidades de encuentro, pero también se han convertido en espacios de agresividad, de desprecio, de juicio fácil.
Muchos corazones están heridos, fragmentados, cansados de tanto odio y división. El egoísmo parece imponerse sobre la solidaridad. La indiferencia crece frente al sufrimiento ajeno. Y, sin embargo, en medio de esta realidad, resuena la voz de Jesús Resucitado: “ámense como yo los he amado”. Su propuesta no es ingenua ni utópica, es radical y transformadora. Es el camino para sanar el mundo.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia?
El Evangelio de hoy nos ofrece una luz potente para discernir esta realidad. Jesús nos exhorta a un mandamiento nuevo, en el cual, no nos pide simplemente amar “un poco más”, sino que nos propone amar como Él: con un amor que se dona, que perdona, que abraza, que sirve hasta entregar
la vida. Es un amor sin condiciones, sin cálculos, sin reservas. El amor cristiano no nace del esfuerzo humano, sino que es un don pascual, un fruto de la Pascua. No es una teoría, sino una manera de vivir.
San Agustín decía con fuerza: “los hijos de Dios no se distinguen de los hijos del diablo sino por la caridad. Los que practican la caridad son nacidos de Dios… si te falta esto sólo, todo lo demás no sirve para nada; y si te falta todo y no tienes más que esto, ¡has cumplido la ley!” (cf. In Epistolam Ioannis ad Parthos 5,7). Esta es la señal del verdadero discípulo: amar como Cristo. Es en el amor donde se mide la autenticidad de nuestra fe. No basta conocer la doctrina, participar en los ritos o pertenecer a una comunidad. Lo esencial es el amor vivido al estilo de Jesús.
Este amor no se improvisa: se aprende, se cultiva, se alimenta en los sacramentos, en la oración, en la vida fraterna. Solo quien permanece unido a Jesús puede amar como Él. Por eso, vivir el mandamiento nuevo es también dejarse renovar por la gracia de la Pascua.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
El Evangelio nos invita hoy a actuar. Algunas actitudes concretas pueden ayudarnos a vivir este mandamiento nuevo:
Amemos más allá de nuestras preferencias, sin límites ni condiciones.
Acerquémonos a los demás con el deseo sincero de servir, no de obtener beneficios.
Seamos generosos y compasivos con los que nos cuesta amar.
Usemos las redes sociales para sembrar mensajes de paz, de reconciliación, de amor y fraternidad.
Reconozcamos que la mejor manera de amar a Dios es amar concretamente a quienes nos rodean.
El amor vivido al estilo de Jesús es el lenguaje que todos pueden entender. No necesita traducción. Es universal, es creíble, y es contagioso.
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas, en este quinto domingo de Pascua, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, dejemos que el mandamiento nuevo de Jesús transforme nuestra vida.
Que Jesús Resucitado nos llene de su amor y nos envíe a compartirlo con todos, especialmente con quienes más lo necesitan.
Sigamos caminando juntos como peregrinos de esperanza, construyendo con pequeños gestos cotidianos una humanidad más fraterna. Porque solo el amor tiene la última palabra, y ese amor tiene un rostro: Jesucristo, vivo y Resucitado, presente entre nosotros.
*Obispo auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM