Amar haciendo vida la Palabra
Héctor López Alvarado*
Hemos llegado al sexto domingo de Pascua, acercándonos cada vez más al culmen de este tiempo, y así, el horizonte litúrgico ya deja asomar la Ascensión y Pentecostés: la Iglesia se prepara para recibir de nuevo el soplo del Espíritu Santo.
En medio de este camino pascual –y de nuestro Año Jubilar de la Esperanza– proclamamos con gozo que Cristo vive y que su resurrección da sentido a la historia.
Como peregrinos de esperanza, escuchamos hoy una página del evangelio de San Juan, y nos traslada hasta el Cenáculo.
Clave de lectura (Juan 14, 23-29)
El capítulo 14 de san Juan nos sitúa en la intimidad de la Última Cena, donde Jesús pronunció el llamado así: discurso de despedida, que hemos venido escuchando y profundizando en partes, en estas últimas semanas del tiempo pascual. Después de anunciar el mandamiento nuevo –“ámense como yo los he amado”– Jesús nos explica la relación entre la observancia del mandamiento y la comunión con el Padre a través de Jesús en el Espíritu Santo.
En esta página del evangelio, podemos identificar tres partes: a) el amor a Jesús guardando sus palabras (vv. 23-25); b) la promesa del Espíritu Santo (v. 26); y c) el don de la paz y la partida de Jesús (vv. 27-29).
Veamos nuestra realidad
Observando nuestro entorno, todos podemos constatar que vivimos en un mundo violento que parece naufragar entre guerras interminables, donde la muerte de tantas personas pasa desapercibida; el odio se hace presente de diversas maneras, en el crimen organizado, en la desaparición de personas, y tantas muertes violentas; incluso en las redes sociales a menudo alimentan odio y polarización. Hay jóvenes desorientados, familias rotas, corazones ansiosos. La pobreza y el dolor han tocado nuestros hogares y comunidades.
Nos enfrentamos así a una sociedad que muchas veces parece carecer de esperanza.
El clamor es evidente: necesitamos una paz sólida, capaz de resistir la tormenta y encender la esperanza. Nunca habíamos necesitado tanto la paz de Cristo, Su Evangelio no ignora la oscuridad, pero enciende una luz que el odio no puede apagar. Por lo tanto, esta realidad tan desafiante nos reta a escuchar a Jesús y profundizar en sus palabras.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia?
El sexto domingo de Pascua nos ofrece en la lectura del Evangelio, la oportunidad de dejarnos interpelar por Jesús que nos ofrece su paz y que nos exhorta a sus discípulos a no perder la paz y ni acobardarnos. Para lo cual nos desarrolla tres puntos a considerar: Amar guardando la Palabra: Jesús no pide obediencia ciega, sino una observancia amorosa. Amar es dejar que el Evangelio se encarne en nuestra vida. “El amor hace libres –dice Jesús–; de tal manera que, fuera del amor somos esclavos de nuestro egoísmo”.
La promesa del Espíritu: Antes de su Pascua, Jesús garantiza la compañía del Paráclito. El Espíritu “les enseñará todo y les recordará todo”. Él actualiza el Evangelio y lo traduce a nuestras circunstancias.
Mi paz les doy: La paz de Cristo no es la tranquilidad superficial que el mundo negocia; es la plenitud de la vida divina que vence al miedo. Por eso nos repite: “No pierdan la paz ni se acobarden”.
En este sentido Su Santidad León XIV, proclamó en su primera bendición Urbi et Orbi (27.05.2025): “La paz esté con ustedes… el mal no prevalecerá; estamos todos en las manos de Dios.”, infundiéndonos confianza y esperanza en Dios, que no nos desampara nunca.
Días después, hablando a comunicadores (12.05.2025), el Papa añadió: “La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en que miramos, escuchamos y hablamos de los demás… Debemos decir ‘no’ a la guerra de las palabras y de las imágenes.” Frente a la violencia que se propaga en pantallas y titulares, Su Santidad indica un camino concreto: comunicar con respeto, sanar con la verdad, rechazar el paradigma del enfrentamiento.
Mientras que siglos antes, san Agustín ofrecía un criterio atemporal: “Dicen ustedes que los tiempos son malos; sean ustedes mejores y los tiempos serán mejores: ustedes son el tiempo” (Serm. 80, 8).
El obispo de Hipona ilustra nuestro diagnóstico tan desafiante: la transformación de la realidad empieza por el corazón que acoge la Palabra y se deja cambiar por el Espíritu. Así nuestra paz interior se convierte en fermento social.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
Ante el panorama desafiante de nuestra realidad, la palabra de Dios en el Evangelio, nos llena de fe y esperanza y nos interpela a asumir lo que nos pide en los tres puntos que nos ha presentado hoy:
Amar haciendo vida la Palabra: esforzándonos por conocer y leer los evangelios; revisar nuestra vida con la luz de los evangelios; que nuestras palabras, decisiones y redes sociales reflejen la orientación que nos da la palabra de Dios.
Valorar al Espíritu Santo en nuestra vida y ser dóciles a sus inspiraciones: invocándolo diariamente, pidiendo luz, sabiduría y fortaleza para las decisiones de cada día; y formarnos en los dones y frutos del Espíritu Santo, para conocer cómo actúa en nosotros y cooperar con Él.
Ser artesanos de la paz de Cristo: evitando y cortando de raíz rumores y críticas destructivas; fomentando espacios para la escucha y el diálogo; reconciliarnos con quienes estamos distanciados; y cultivando la paz interior.
Caminemos este Año Jubilar como peregrinos de esperanza, sabiendo que la paz no es una ilusión, porque la paz que nos ofrece Cristo Resucitado, es un don que nadie nos podrá quitar. Teniendo la firme convicción de que “amar a Jesús es vivir su Palabra, dejarnos guiar por su Espíritu y ser instrumentos de su paz en el mundo”.
Que la Virgen María, Madre de esperanza, interceda por nosotros para ser instrumentos de paz, anunciando con obras y palabras, que Cristo vive y su amor no defrauda.
*Obispo auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM