La misericordia de Dios como un faro de esperanza
Héctor López Alvarado*
Felices pascuas de resurrección, Cristo vive y nos quiere vivos. Seguimos viviendo el gozo pascual. La resurrección de Jesús es la mayor señal de la misericordia de Dios para con nosotros, y este segundo domingo de Pascua, en el que celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, nos invita a contemplar ese amor infinito del Padre que, en su Hijo, ha derramado sobre el mundo su perdón y su paz. Esta fiesta fue instituida por San Juan Pablo II en el año 2000, siguiendo la inspiración de las revelaciones de Jesús a Santa Faustina Kowalska, para que todos, especialmente los pecadores, experimentemos el abrazo misericordioso de Dios.
Clave de lectura del Evangelio (Juan 20, 19-31)
En este contexto, el Evangelio de hoy nos presenta una doble escena de las apariciones del Resucitado: una, al anochecer del domingo de Pascua, y otra, ocho días después, cuando Tomás, inicialmente incrédulo, se convierte en un testigo de la resurrección.
Estas escenas son una muestra profunda del poder transformador de la Pascua y de la misericordia de Dios, que puede iluminar incluso las sombras de nuestra duda.
Este Evangelio subraya dos elementos fundamentales: la paz que Cristo da y la fe que se basa en la confianza en el testimonio de la Iglesia, más allá de las evidencias materiales. Es, por tanto, un llamado a vivir la fe no como una experiencia puramente sensorial, sino como una experiencia de encuentro con el Resucitado, que se hace presente en medio de nosotros a través de su misericordia y de la paz que Él nos ofrece.
Veamos nuestra realidad
La escena del Evangelio nos coloca frente a una realidad profundamente humana: la duda. Como Tomás, muchos de nosotros nos enfrentamos a situaciones en las que la fe parece no ser suficiente, en las que necesitamos ver para creer.
Vivimos en una sociedad que valora lo tangible, lo que se puede tocar y medir. Nos hemos acostumbrado a exigir evidencias materiales para aceptar algo como verdadero.
Y, sin embargo, el Evangelio de hoy nos invita a ir más allá de esta visión limitada. Jesús no nos pide que creamos solo lo que vemos, sino que confiemos en Él, en su presencia real en nuestras vidas, aunque no siempre la podamos ver con nuestros ojos.
Vivimos en un mundo lleno de dudas, miedos y conflictos, donde a veces parece difícil creer en la victoria de la vida sobre la muerte. En medio de esta realidad, la misericordia de Dios se nos revela como un faro de esperanza, como la respuesta a nuestras más profundas incertidumbres.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia?
San Juan Pablo II, en su encíclica Dives in Misericordia (“Rico en Misericordia”), nos dice que: “En su resurrección Cristo ha revelado al Dios de amor misericordioso, precisamente porque ha
aceptado la cruz como vía hacia la resurrección. Por esto – cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte – nuestra fe y nuestra esperanza se centran en el Resucitado”.
Y el Evangelio de este segundo domingo de pascua, ilumina la realidad de nuestra vida cotidiana con una gran lección de fe. Cuando Jesús se presenta a los discípulos, después de su resurrección, lo primero que les dice es: "La paz esté con ustedes". No es un saludo común, sino un regalo divino que sólo Él puede otorgar. En medio del miedo y la confusión, la paz de Cristo resucitado es la que viene a calmar nuestros corazones.
El Evangelio nos invita a ver las huellas de la pasión de Cristo, especialmente sus manos y su costado, no solo como un recuerdo de su sufrimiento, sino como una manifestación de su amor infinito y misericordioso.
En un mundo tan marcado por el sufrimiento, la violencia y la desesperanza, el llamado de Jesús a la paz y a la fe es urgente. Cuando Tomás duda, Jesús, en su misericordia, no lo rechaza, sino que le ofrece la oportunidad de tocar sus heridas. Este gesto de Jesús nos invita a mirar nuestras propias heridas y las heridas del mundo con los ojos de la misericordia.
La fe cristiana no se basa en ver para creer, sino en creer en el testimonio de la Iglesia, en el testimonio de los discípulos, que nos hablan de un Cristo vivo, resucitado, que nos llena de paz y de esperanza.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
Este Evangelio nos interpela a vivir nuestra fe en comunidad, no solo en lo privado. La fe no es un asunto individualista, sino que es algo que compartimos como Iglesia.
Estamos llamados a ser testigos de la resurrección, llevando la paz de Cristo a todos aquellos que encontramos en el camino, especialmente a los más necesitados, a los que sufren, a los marginados.
En este Año Jubilar de la Esperanza, estamos llamados a renovar nuestra confianza en la misericordia de Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su perdón y su paz. Como peregrinos de esperanza, debemos vivir la certeza de que, aunque no veamos a Jesús físicamente, Él está presente en nuestras vidas a través de su Palabra, de los sacramentos, de la Iglesia y especialmente en el sufrimiento de nuestros hermanos.
A pesar de nuestras dudas, somos llamados a caminar con la confianza de que Cristo vive y está con nosotros, y que su resurrección nos da la fuerza para seguir adelante, siendo testigos de su misericordia en el mundo.
Vivir la misericordia de Dios
En este segundo domingo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, el Evangelio de San Juan nos llama a vivir la misericordia de Dios, no solo en nuestras vidas, sino también a compartirla con los demás. Como discípulos de Jesús, estamos llamados a ser portadores de su paz y de su perdón, en un mundo que tanto lo necesita. Como peregrinos de esperanza, debemos superar nuestras dudas y creer en la presencia real de Jesús entre nosotros, de tal manera que, al igual que Santo Tomás, podamos proclamar con el corazón lleno de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” y vivir como testigos creíbles de que Cristo vive, que Él ha vencido la muerte, y que Él está presente en cada momento de nuestras vidas.
Que la paz de Cristo resucitado y la misericordia divina nos acompañen siempre, y nos hagan vivir con esperanza y alegría, sabiendo que, por su misericordia, pasamos de la muerte a la vida.
¡Cristo vive, y nos quiere vivos!
*Obispo auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM