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Jóvenes y personal militar en Indonesia Jóvenes y personal militar en Indonesia   (AFP or licensors)

Desigualdad y represión: la juventud indonesia en rebelión

La realidad social tras las cifras de la mayor economía del Sudeste Asiático. El rostro humano de una generación sin perspectivas. La alarma de Monse?or Solichin, obispo de Padang, ante la militarización del país.

William Gallone - Ciudad del Vaticano

La tensa relación entre los jóvenes indonesios y el nuevo gobierno liderado por el exgeneral Prabowo Subianto, elegido en octubre de 2024, quedó en evidencia cuando estudiantes y activistas salieron a las calles en los meses previos a la investidura presidencial. Esta semana, la tensión estalló, desatando una ola de disturbios sin precedentes desde el levantamiento popular de 1998 que puso fin a treinta años de dictadura de Suharto.

Los motivos de la protesta

Hoy en día, Indonesia es la mayor economía del Sudeste Asiático; sin embargo, como nos dice Monseñor Vitus Rubianto Solichin, Obispo Javeriano de la Diócesis de Padang, capital de la provincia de Sumatra Occidental, «en el corazón de la ira popular se encuentran la creciente desigualdad y unas perspectivas económicas cada vez más frágiles», alimentadas principalmente por la política gubernamental de recortar la financiación a nivel local. Esta política está afectando especialmente al sector servicios, como hoteles y restaurantes, y, por consiguiente, está aumentando el desempleo. Aunque los datos oficiales muestran un crecimiento del PIB del 5,1 % y una tasa de desempleo del 4,8 %, muchos economistas cuestionan su credibilidad porque, en la práctica, la realidad es muy distinta: fábricas cerradas, despidos masivos y una clase media en declive, mientras que un número creciente de personas se ven obligadas a aceptar empleos informales y mal remunerados, como los de los conductores de Gojek y Grab, que se han convertido en el símbolo de las protestas.

La sombra de la militarización

La frustración, continúa Monseñor Solichin, estalló cuando se descubrió que los parlamentarios habían aprobado subsidios de vivienda de 3.000 dólares mensuales para ellos mismos, diez veces el salario mínimo en Yakarta. «La gente se sintió ofendida», comenta el obispo. Miles de jóvenes salieron a las calles, encabezando manifestaciones que degeneraron, especialmente en Yakarta, tras la muerte de Affan Kurniawan, un joven mototaxista que fue atropellado por un vehículo policial blindado mientras hacía una entrega. Este es el aspecto que más preocupa a Monseñor Solichin: «la militarización: hay soldados por todas partes, incluso en las plantaciones de coco, que están muy extendidas aquí. Y la gente teme que el gobierno quiera apropiarse de sus tierras, quitándoles sus empleos». 

Estudiantes universitarios espancen flores durante una manifestación
Estudiantes universitarios espancen flores durante una manifestación   (AFP or licensors)

Una generación sin perspectivas

La periodista indonesia Joanita Ary explica cómo acciones similares revelan el rostro humano de una generación sin perspectivas: «Los jóvenes indonesios sienten que la política no les ha dado respuestas en cuestiones clave: la dignidad del trabajo, el coste de la educación, los salarios y el acceso a la vivienda. Las promesas incumplidas los han impulsado hacia formas de acción directa, organización comunitaria y activismo en temas específicos, en lugar de la política partidista». En este sentido, continúa Ary, en declaraciones a los medios del Vaticano, «las protestas expresan una tensión intergeneracional: los jóvenes se enfrentan a la incertidumbre causada por los contratos a corto plazo y el alto coste de la vida, mientras que las élites mayores están protegidas por las redes de poder y las políticas consolidadas».

Los nuevos medios de comunicación

Así, si por un lado, «los trabajadores informales encarnan la precariedad que viven muchos jóvenes», por otro, señala el periodista, «su participación visibiliza la brecha social y transforma la protesta en un movimiento más amplio, no solo estudiantil». En comparación con las protestas de 1998, no solo ha cambiado el contexto institucional, sino también el uso de memes, vídeos cortos y símbolos como mujeres vestidas de rosa con escobas para transmitir que han sido «arrasadas» por el Estado: ofrecen una narrativa anticorrupción potente e inmediata. Esta narrativa es menos elitista, más colaborativa, irónica y propia de las plataformas digitales, lo que también contribuye a desviar la energía hacia espacios no institucionales.

Una semilla de esperanza

A pesar de esto, Monseñor Solichin intenta sembrar una semilla de esperanza. «En nuestra diócesis, la Iglesia es aún joven, con muchas vocaciones y una fuerte vitalidad». Y, junto con la labor pastoral, «ofrecemos proyectos de formación política para ayudar a los jóvenes católicos a participar en la vida pública y defender la diversidad religiosa», nos cuenta. Una señal de esperanza cuando, allá afuera, parece que lo que más falta es la escucha y la capacidad de diálogo.

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04 septiembre 2025, 17:45