Santa Clara, la modernidad de una elección: el mensaje del retablo del siglo XIV
Paolo Ondarza – Ciudad del Vaticano
Una clave para leer y comprender la vida de Clara de Asís, captar la fuerza disruptiva y la modernidad de su elección de vida. «El retablo de Santa Clara», conservado junto a los restos mortales de la «Pianticella del Signore» en la basílica homónima de la ciudad umbra, ofrece en pocas pero significativas imágenes los rasgos más destacados de la historia humana y espiritual de una mujer especial. Con solo dieciocho años, Clara no dudó en huir de la casa paterna para seguir a Francisco y sus compañeros, dando así origen a una forma de vida cristiana que aún hoy fascina, atrae e interroga.
Una hagiografía ilustrada
La obra de arte, un panel rectangular (276 x 163 cm), fue realizada al temple en 1283 bajo el pontificado del papa Martín IV, tal y como reza una inscripción a los pies de la santa, representada de pie en el centro de la composición. A los lados se representan ocho escenas hagiográficas, cuatro a cada lado. Nos encontramos, por tanto, ante la primera obra historiada dedicada a la vida de la santa de Asís, pintada solo unos años después del final de su existencia terrenal. Fue concebida para contar la historia de esta mujer extraordinaria narrada por biógrafos como Tommaso da Celano a los hombres de su tiempo: no solo cultos, sino también analfabetos.
«Los peregrinos que llegaban a la tumba de Santa Clara solo treinta años después de su muerte se encontraban ante estas imágenes», explica sor Maria Chiara Riva, clarisa del monasterio de Santa Clara de Milán, autora del libro Santa Chiara, una vita dipinta (Santa Clara, una vida pintada, Ediciones Biblioteca Francescana).
La mirada de esperanza
Es increíble la intensidad expresiva del icono central de la santa, retratada de frente según un estilo que combinaba el bizantino con las corrientes góticas que en aquella época se estaban extendiendo por Umbría. «La iconografía nos parece un poco lejana, pero si nos detenemos en esa mirada es fácil captar un mensaje de esperanza. En sus escritos, Clara no habla explícitamente de esperanza, pero toda su vida está orientada a la esperanza: comunica su condición de hija de un Padre Bueno. Hasta el final, cuando en el momento de la muerte dice: «Señor, bendito seas por haberme creado y haberme mirado como una madre mira a su hijo amado», continúa la religiosa.
Como un tabernáculo con puertas
Con sor Maria Chiara Riva contemplamos esta obra atribuida a un artista conocido como Maestro de Santa Chiara y dividida en tres campos por dos columnas pintadas de las que parten arcos ojivales. La composición evoca la idea de un tabernáculo con puertas: en el centro, la figura de Chiara como si fuera una escultura policromada de madera, y a los lados, los episodios más destacados de su vida.
Cómo leer la obra
Para seguir la narración hay que leer la obra en sentido antihorario, empezando por la parte inferior izquierda. «Las primeras cinco representaciones se refieren a los primeros momentos de la vida de Clara, a las primeras semanas desde el momento en que comienza su nueva forma de vida», señala la hermana clarisa.
Las palmas y la nueva vida de Clara
En la primera imagen se representa la escena del Domingo de Ramos: mientras todas las chicas se apresuran hacia el altar para tomar la palma, Chiara, en un acto de humildad, permanece en su lugar. Es el obispo de Asís, Guido, quien se acerca a ella y le coloca la palma en las manos. «Es la última mañana en la que Clara sigue en casa, porque la noche siguiente al Domingo de Ramos, fecha elegida por Francisco, abandonará su hogar y se reunirá con el Poverello y los frailes en la Porciúncula». Esta escena, continúa sor María Clara, aparece en el segundo cuadro, en el que «Clara, acompañada por un grupo de mujeres de la nobleza a la que pertenecía, se reúne con Francisco y sus compañeros. Un fraile cercano a Francisco sostiene una antorcha en sus manos».
El paso a la vida franciscana
En la tercera representación, la santa está arrodillada en el acto de quitarse las ricas vestiduras y ponerse el hábito, mientras el Poverello le corta el pelo: «Es su entrada en la categoría de los penitentes. Un paso en su vida representado a través del color de la ropa. El vestido que lleva Clara es rojo. Se vislumbra bajo el manto de penitente de tela tosca. El púrpura era un tinte muy caro, que solo podían permitirse las personas más ricas. Además, la santa ya tiene una aureola dorada sobre la cabeza: la santidad ya está presente, aunque Clara aún tiene que recorrer el camino de su nueva vida». El rojo es también el color del mantel del altar: «Lo que motiva a Clara es el gran amor por la Pasión de Jesús». Además, en la escena están presentes todos los frailes: «Clara hace su entrada en la fraternidad franciscana».
La oposición de la familia y la fuerza de la Eucaristía
La elección de la mujer es rechazada por sus familiares. Su tío Monaldo intenta sacarla del monasterio benedictino de San Paolo delle Abbadesse, donde Francisco la había llevado temporalmente. Así se ilustra en el cuarto compartimento, donde Clara se resiste, aferrándose a los manteles del altar: ese es ahora su punto de referencia. Allí encuentra la fuerza. Entonces se quita el velo y muestra la cabeza rapada: ya ha tomado una decisión definitiva e irreversible.
La llegada de Inés
Refugiada en el monasterio de Sant'Angelo di Panzo, la alcanza su hermana Inés. Francisco también le corta el pelo a esta última. La quinta escena representa el episodio en la parte superior, pero también un nuevo intento de los familiares de apartar a las dos de la vida religiosa. La maniobra fracasa porque, según la leyenda, gracias a la oración de Clara, el cuerpo de Inés se vuelve pesado y el brazo de Monaldo se paraliza al intentar golpearla violentamente.
Una mujer moderna
La hermana Maria Chiara Riva se detiene en estas escenas y destaca la modernidad de Clara y sus primeras compañeras al tomar una decisión muy valiente para la época en que vivían: «De ricas y nobles, habían elegido hacerse pobres, desafiando en cierto modo las prácticas, las leyes sociales, culturales e incluso, en el fondo, religiosas de la época. No era nada fácil para una mujer, en ese contexto social, cultural y político, decidir autonomamente sobre su propia vida».
Dinámico como un cómic
El sexto cuadro, dinámico como un cómic, es el único ambientado en el monasterio de San Damián, donde Clara vivió unos cuarenta años: ilustra los distintos momentos del episodio en el que Clara, disponiendo de un solo pan para almorzar, pide a la hermana despensera, Cecilia, que dé la mitad a los frailes y distribuya la otra en cincuenta rebanadas a las hermanas en el refectorio. Todas quedan saciadas.
El rostro de Clara en el de la Virgen María
La penúltima escena muestra a Clara en su lecho de muerte en el momento en que la Reina del Cielo se aparece a una hermana y entra en la habitación junto con una multitud de vírgenes y cubre el cuerpo de la santa con un paño dorado y precioso. «Es como un abrazo entre María y Clara», observa la clarisa: «Francisco había señalado a María como ejemplo para Clara, como punto de referencia para vivir su vida. En esta escena se refleja realmente el rostro de Clara en el de la Virgen».
La sed de vida de los jóvenes y el modelo de Clara
La narración concluye con la representación del funeral, al que asistió una gran multitud y que fue celebrado por el papa Inocencio IV y los cardenales de la Curia. Desde el primer momento, el aroma de la santidad de Clara se extendió y atrajo a una multitud de fieles. Su encanto sigue atrayendo hoy en día a muchos jóvenes. A pocos días del Jubileo dedicado a ellos, que culminó en la explanada de Tor Vergata con la vigilia y la misa junto al papa León XIV, sor María Chiara Riva nos saluda con un pensamiento dirigido a las jóvenes generaciones en búsqueda vocacional: «Santa Clara buscó la vida, buscó una vida plena. No se conformó con la vida que le proponían los demás. Quiso ser protagonista hasta el final de la suya. Todos los jóvenes de hoy, a pesar de la complejidad de un mundo complicado, tienen la misma sed de vida, de plenitud, de una vida auténtica. Creo que Clara puede ser un ejemplo y un modelo también hoy. Es una mujer que con valentía, determinación y gran serenidad vivió hasta el final».
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